"Que hablen de mí, aunque sea bien"

martes, 3 de noviembre de 2009

La misericordia del elefante azul






Por más que nos vendan la igualdad entre sexos, por más que Telecinco le dedique un mes dentro de sus doce causas, a mi no me la pegan:
Hombres y mujeres no somos iguales.
Me resulta indiferente que hayan creado un ministerio de igualdad y me importa un pepino que las feministas quemen sujetadores en la plaza mayor reivindicando sus derechos.
Somos diferentes.

Ni mejor, ni peor. Diferentes y punto. Los hombres gozamos de unas capacidades que ellas no tienen y viceversa. La única salvedad es que nosotros aceptamos nuestra esencia mientras que ellas se empeñan en negar la realidad.

Para poneros un ejemplo, yo sólo concibo dos estados cuando me compro ropa:
a) Me queda bien
b) No me queda bien

En ambos casos, me lo llevo.

Sin embargo una mujer acoge una horquilla infinita de variedades combinando frases como

a) Me aprieta de cadera y el tiro me hace culo
b) Me queda bien de culo pero me hace cadera
c) Me va grande de cadera pero me hace culo

Y así podríamos mantener las estructuras sustituyendo culo y cadera por otras partes del cuerpo similares.
Al final no compran nada.

Pero el ejemplo más representativo es el del automóvil. El símbolo masculino por antonomasia, la representación no fálica del hombre que ellas se empeñan en compartir.

Acaso nosotros nos peleamos por la ropa?
Pues esto debería ser igual.

Para ponerme en situación:

Me gusta mi coche. No soy de los que lo guarda en mantequilla, pero me gusta lucirlo y que esté limpio.
La primera vez que me lo rayaron recorrí cuatro manzanas intentando encontrar alguna pista del culpable. Es cómplice mudo de muchos recuerdos que forman parte de mi vida, y no sólo del asiento de atrás.
Me encanta el sonido que hace al arrancar y los domingos suelo echarle un par de euros de jabón a presión en el elefante azúl.
Las llantas son cromadas y los asientos de cuero. Hace apenas dos meses le puse faldones.

Pues bien, mi novia incomprensiblemente acaba de aprobar el examen de conducir.
Debe de ser que el Plan Bolonia ha llegado también a las autoescuelas, y que con aquello de la evaluación continua sólo con ir a clase apruebas. Porque otra cosa no se explica.
Alguien que piensa que Antonio Lobato es el hombre del tiempo en La Sexta debería tener la conducción terminantemente prohibida por prescripción médica.

Pero el caso es que se lo ha sacado y claro, quiere practicar. Su padre es camionero y ella por más veces que mire por los espejos, el estacionamiento con remolque articulado no lo lleva bien, así que me toca a mí dejarle mi coche como banco de pruebas.
Si, señores, el mío. El de las llantas cromadas y los faldones.

Como aquellas primeras noches juntos me la llevo en coche al polígono más alejado.
Donde no haya nadie.
Me conozco el camino de memoria, podría recorrerlo a ciegas. Con la única salvedad que ésta vez quien se frota las manos de impaciencia por llegar es ella.

Antes de parar el motor ya la tengo fuera pegando golpes en la ventanilla, esperando ansiosa a que me baje.
Quito la llave pero no se la doy hasta que no le he repetido unas cien veces la regla básica:
“Si te digo que no sigas, no sigas”
A priori parece una regla sencilla de entender y obedecer, pero también lo parecía la primera vez que vino a comer a casa con mis padres, y terminó por tomarse el café sola en el bar de abajo.

Segura de sus capacidades asiente con cierta condescendencia:
-“Qué sí, que sí…, pero si hasta sé aparcar en rampa!!Y marcha atrás!!”

Pues en rampa sabrá aparcar, pero arrancar en llano parece que no es lo suyo. Después de siete u ocho hostias con mis rodillas en el salpicadero el coche por fin comienza a moverse sin saltitos.
Me entran ganas de forrar con porespan todas las naves del polígono, todos los camiones aparcados. O peor incluso, rebozar el mío en ese plástico de burbujas que viene de embalaje con las vajillas. Evoco mi infancia en colegio de monjas intentando recordar todas las oraciones que me enseñaron. Esto va a ser largo…

Sin embargo, en un gesto de amor sin parangón me armo de paciencia y con la sonrisa más forzada que mi pánico me permite le recalco lo bien que lo está haciendo.
Ella protesta porque mi coche no es diesel, como el de la “autoescuela”

Apenas treinta segundos más tarde, cuando parece que mi corazón recupera las cien pulsaciones y mi cara va cogiendo color, escucho las palabras mágicas:

“Meto tercera?”

Lo sabía. Sabía que llegaría. Llamen a la DGT, a los helicópteros y al escuadrón que saca el Ejército el día del Pilar. Esto puede convertirse en tragedia.
Me dan ganas de impedírselo pero no me puedo negar. Le intento convencer de las ventajas de conducir a velocidad reducida, le suelto el rollo de la contaminación y el consumo responsable.
Pero ahora mismo ni todo Greenpeace en pleno ni el mismísimo protocolo de Kyoto le frenan ya.
Escucho gemir la palanca de cambios tres o cuatro veces cuando ella por error intenta meter quinta sin saberlo.
Cada chasquido desgarra algo en mi interior, pero ella erre que erre, impasible al gruñido sigue intentándolo cada vez más fuerte.
En una de esas le escucho entre dientes quejarse de que en la autoescuela las marchas no están tan duras. Por fin, y aún en segunda, alcanzamos la rotonda.


- “Ahora tira a la izquierda”
- “Pero a la izquierda donde?”

A pesar de lo que nos intenten vender en política los chorizos de hoy, todos sabemos que sólo hay una izquierda y una derecha. Pues nada, ella dudando.

- “ Que dónde??”

Joder, tan complicado no puede ser. Le indico con la mano y aún así me vuelve a pedir confirmación

- “Por aquí?”

Con tanta duda no he visto que nos adelantaban y el volantazo me ha pillado de improviso.
Tiro de freno de mano con todas mis fuerzas y en un segundo me acuerdo de mi mecánico, el de los faldones. Del examinador de mi novia y de su santa madre. Me encomiendo a Lobato y Fernando Alonso juntos, al elefante azul y a su eterna misericordia.
Creo recordar que vi un túnel, y al final una luz.

El coche se queda cruzado en medio de la calle. La serenata de claxons es de las que se consideran contaminación acústica, pero ella se preocupa de retocarse bien el pelo antes de salir a comprobar los daños. Creo que era la primera vez que miraba el espejo.

El elefante azul ha debido de obrar el milagro porque el coche no tiene un rasguño. En cuanto recobro la respiración oigo a mi novia quejarse amargamente. Según ella, el profesor de autoescuela no le daba órdenes tan confusas como las mías.

Hoy me ha preguntado si se lo dejaré coger de nuevo.

“No te quepa duda. Cuando haya que ir marcha atrás, y en rampa”

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