"Que hablen de mí, aunque sea bien"

miércoles, 21 de abril de 2010

Defcon DOS


Para el pentágono,un estado de agitación global.
Para nosotros, nuestro grupo musical preferido. Los posters de nuestra habitación.
Nuestra filosofía de vida.

Nos sabíamos todas las canciones de memoria.
Teníamos todos sus temas en cassettes vírgenes de esas que antes poblaban las gasolineras. De aquellas regrabables con cinta aislante en los bordes.

Al llegar a la fila nos acojonamos con tanto peludo de luto.
La gente llevaba candados al cuello y pinchos en las muñecas.
Un segurata con pinta de merendar perchas nos cacheó a los dos.
Unos metros más adelante, el primo cachas del de las perchas nos ladró algo y sacamos las entradas.
Ni las miró. Torció el hocico y volvió a ladrar mientras nos dejaba paso.
No podíamos creer que estuviéramos dentro.

Mi primer concierto. Nuestro primer concierto.
Nos mezclamos con la marabunta y empezamos a saltar. Al principio con miedo pero al rato vibrando como los peludos de luto.
Comprobamos que los de los candados no se comían a nadie, siempre que vigiláramos de no tirarles su litrona.
Nos dejamos el alma y la garganta con cada estrofa.
Las estrofas de las cassettes grabadas.
Las de la cinta aislante.

Entre tanto ruido apenas podíamos oirnos, pero tampoco nos importaba en absoluto.
Nos chillábamos al oído sin entendernos.
Cada poco nos mírabamos y nos chocábamos la mano en el aire.
Las miradas destilaban complicidad.
Desde preescolar habíamos compartido infancia y piojos.

Con los ecos del concierto en la cabeza, y las cuerdas vocales en carne viva salimos a meter mano a la noche.
Reimos, bebimos.
Cantamos por la calle.
Fumamos de mentira, sin saber tragar el humo.
Jugamos a ser mayores. Creímos ser eternos.

Al despedirnos nos sentamos en el portal.
Paladeamos los recuerdos del concierto y desempolvamos de la memoria todas las fotos que habíamos retratado juntos desde niños.
Nuestras travesuras en clase, nuestras peleas con las niñas.
Todas aquellas primeras veces.

El sol de la mañana nos traicionó, y acordamos una nueva cita.
“A la misma hora, en el local del concierto.
Dentro de quince años”

Los dos juramos que no fallaríamos.
Nos volvimos a abrazar y nos marchamos.
Quince años.
Al meterme en la cama aún me duraba el vértigo.

De la mano de la adolescencia, nuestros destinos eligieron caminos distintos.
Él estudió ciencias, yo preferí letras.
Su paga se la gastaba en videojuegos, yo en cervezas.
Él se echó una novia.
Yo, una guitarra.

De vez en cuando los solía ver en el parque.
Agarrados de la mano.

Como el niño en la playa.
Que llena el puño de arena y lo aprieta bien fuerte para que no se le escape, sin entender que cuanto más fuerte lo haga más se caerá.
Cuando abra el puño de nuevo no habrá nada.
No se da cuenta de que debe abrir la mano. Dejar los granos de arena a merced del aire.
Los más inestables se caerán,alguno se lo llevará el viento.
Pero la gran mayoría permanecerán siempre. Siempre que él quiera.

Tras la universidad llegaron mis volantazos.
Vitoria, Inglaterra, Barcelona.
No se si huía de mí mismo o simplemente me estaba conociendo.
Eso sí, siempre con la guitarra y la cerveza.

De mi amigo, ni rastro.
Un día alguien me contó que les había visto juntos.
Mirando al frente, como cansados de verse.
Como quien no se tiene ya nada nuevo que decir.
Evidentemente juntos.
Y de la mano.

Quince años más tarde, la edad ha sustituido el acné por canas.
Empezó por cambiarme la voz y terminó por cambiarme la vida.
Las cassetes de cinta aislante cogen polvo en algún cajón perdido.
Aún hoy sería capaz de cantar todas sus letras, pero ya no recuerdo la última vez que hice algo por vez primera.

Con puntualidad británica me presento en el local del concierto.
Hoy es un bar de tendencias.
Cool.
De esos dónde los creativos dejan empañar sus gafas de pasta mientras beben té verde del Nepal.
Inquieto me siento en la barra y cada vez que escucho la puerta el corazón me da un vuelco.

A la segunda caña empiezo a temer que no aparezca.
Los recuerdos se me acumulan con la cuarta.
Con la quinta el camarero me avisa que cerrará en cinco minutos.

No viniste.
Recojo mi guitarra y me doy prisa en salir.
Como queriendo dejar atrás con el portazo los recuerdos, la infancia.
Todas aquellas primeras veces.

Afuera una pareja de adolescentes se cenan la oscuridad a besos.
Una sirena de policía altera en las calles la tregua que brinda la noche.
Saco las manos de los bolsillos y comienzo a andar sin rumbo.
Impaciente.
No quiero llegar tarde a mi vida.

miércoles, 7 de abril de 2010

La teoría del café


"Y comieron perdices"

Vaya chorrada.
Llamadme desconfiado pero no me lo creo.
Ya es casualidad que todos los cuentos terminen igual.
Tanto príncipe azul, tanta carroza y tanto zapatito de cristal, y luego más de una se pasa la vida buscando a su jinete rubio sin éxito.
Besando ranas.

Todo por vivir en la más absoluta ignorancia.
Por no conocer la teoría del café.
A saber:

Un repaso por delante y un vistazo por detrás son más que fiables criterios para que un hombre conozca a una mujer.
Para que reúna toda la información que de ella necesita.

Sin embargo una mujer necesita saber sus gustos, sus aficiones.
Su canción favorita y su cuenta corriente.
Si Sagitario es compatible con Aries.

Es ahí dónde las mujeres cometéis el error. Donde tropezáis una y otra vez.
Ahí radica la causa de vuestros desvelos, llantos y escenitas delante de sus amigos.

A ti, mujer ibérica, antes de entregar tu flor necesitas conocer bien al candidato.
Es propio de tu raza, lo demanda tu sangre.
No te basta con sentirte físicamente atraída por él.
No es suficiente con que sea joven, blanco, europeo y fértil.
No señor.

Necesitas algo más.
Un aval. Una garantía de que estás compartiendo tu tesoro escondido con alguien digno de ti.
La sensibilidad de Jesús Vázquez, la belleza de Brad Pitt, y la cartera de Paquirrín.
De George Clooney, solo su cafetera que el cerdo viene de serie.
Eso sí, el tamaño no importa.

Sin embargo para el hombre la regla es sencilla y universal.

“Si pesa más que un pollo, me la follo”

El tamaño a nosotros tampoco nos importa.
Con la diferencia de que nosotros lo decimos de verdad.

De modo que ante la primera cita, como buena mujer ibérica, en tu afán por conocer los méritos del candidato, cometes el primero de tus errores históricos.

- “Vamos a tomar algo?”

Gran cagada, señoritas.

Perfume en el escote.
Vaqueros ceñidísimos y ropa interior de guerra.
Limpia, por supuesto.
En el bolso lápiz de labios y pintura para retocar.
Otro par de pendientes y un colgante a juego.
Por si acaso.

En cuanto a él, si huele mucho a perfume será señal de que no se ha duchado.
Gallumbos del Mercadona.
En el bolsillo, un par de condones.
También por si acaso.

Él se pedirá una cerveza.
Tú, un café.

Cuando hables te mirará fijamente, absorto.
Con cara de no haber escuchado nada tan interesante desde lo de el hombre en la luna.
Si hay fútbol en la tele dirá que no le apasiona.
Los ojos como platos y la boca entreabierta.
Aunque le hables de las rebajas o de las alergias de tu perra, él será todo oídos.
Eso sí, en cuanto gires la vista te mirará el escote.
Cada uno con sus pruebas.

Cuando quien hable sea él, procurará hacerlo de sentimientos. Mencionará su afiliación a cuatro ONG´s y se inventará la existencia de un hermanito pequeño enfermo.
Es posible que hable de alergias de perro para mostrar simbiosis.
Fotosíntesis, que diría aquel.
Eso sí, en cuanto gires la vista también te mirará el escote.

Todo por una sencilla razón que resume la teoría del café en su primera regla:

"La capacidad de mentir de un hombre es directamente proporcional al tiempo que lleva sin soltar grumo, sin drenar. A más tiempo sin echar el pellejo para atrás, más mentiras."

Es decir, todos tus intentos de conocerle habrán sido en vano. Todo lo que tardes en llevártelo al catre será tiempo perdido.
Mientras entre tú y él haya un café de por medio, te habrá dicho sólo lo que quieres oír.
Te la habrá metido doblada, nunca mejor dicho.
La ley de la supervivencia.

Y lo único que te llevarás de tantas citas inútiles es una tensión arterial de caballo con tanto café cortado.

Si realmente quieres saber si ese chulazo merece la pena, si hay algo más detrás de ese cuerpazo, debes seguir a rajatabla la teoría del café en su segunda regla:

"El único momento en que la mente masculina no pensará en sexo es la media hora posterior al drenaje.
Treinta minutos. Ni uno más"


En resumen: si quieres realmente conocer a un tío por dentro,
cómo piensa, qué siente…lo que tienes que conseguir cuanto antes es que te haga el recado.
La seguidilla. La doble turca.
Que te cubra, coño.

Y justo tras el cubrimiento, cuando haya liberado a la bestia que lleva dentro, entonces será tu momento.
Tendrás media hora por delante para saber lo que te interesa.

Nada de ir al lavabo. No se lo consientas.
Ni cigarrito de después ni hostias.

En esa media hora el hombre no pensará en hincarte el cuerno. Aprovéchalo.
Será un tiempo de reposo, de paz interior. Su mente estará diáfana.
preclara.
Y no se moverá por instintos animales. Será él mismo.
Tal cual.

Déjate de besitos y abrazos, de dedos traviesos entre su cabello y caricias en la espalda.
Tienes un objetivo y el tiempo es limitado.

Preguntas claras. Respuestas claras.
Pim pam.Sin tregua.

Y si te convence, pues a repetir.
Que hay mucho que conocerse y la vida son cuatro días.

Y si no, que se vaya a tomar un café.
O mejor, que se vaya a comer perdices.
Pero en calabaza y con Cenicienta.