"Que hablen de mí, aunque sea bien"

martes, 20 de octubre de 2009

Billete de ida



I
A Guille le encanta la geografía.
En clase no pierde detalle de las lecciones de Don Luis, y de camino al bar repasa los países y sus capitales.
Cada tarde tras la escuela, los tres kilómetros andando se le hacen más llevaderos repitiendo en voz alta la cantinela:
…Suecia capital Estocolmo…Noruega capital Oslo…
Las que más le gustan son Ulan Bator por su peculiar nombre, y Nueva Delhi, porque allí está su papá trabajando.
Lo tenía claro, de mayor sería piloto.

Según aparece por la puerta, antes siquiera de dejar la mochila sobre la mesa, su madre desde la barra le recrimina a gritos lo tarde que ha llegado.
Lo que no sabe es que desde hace dos semanas el niño se ahorra el euro que le dan para el autobús porque tiene un plan: Comprar un billete de avión a Nueva Delhi para visitar a su padre.

El bar huele a Faria y a miradas perdidas en el fondo del vaso.
A tapa de oreja de ayer y batallitas de anteayer. A Órdagos de mus.
A viudo con dos hijas estudiando en la capital. A “ponme otra y apúntamela”
De cuando en cuando algún joven entra, pero sólo para comprar tabaco.

Aun así Guille en el bar se siente como en casa. Desde que su padre se fue a trabajar a la India le dejan pasar la tarde entera allí hasta que le ayuda a cerrar a su madre, así que puede ver los partidos de fútbol enteros.
Es del Rayo pero le encanta la selección. Su ídolo es Casillas aunque juegue en el Madrid. Sueña con jugar un Mundial y ser el pichichi.
Lo tenía claro, de mayor sería futbolista.

II

Madre no se queja por nada, parece como si los años le hayan ido bajando la voz.
Pero no le hace ni puta gracia que su hijo pase las tardes caducando su infancia en el bar, opositando a perdedor.
Nadie se la imagina ya sin su delantal a cuadros y su trapo al hombro, aunque hace escasos tres años no era así. Entonces ayudaba en el bar para la comida, y a las cinco recogía a Guille a la salida del colegio para echarle una mano con los deberes en casa. Hasta que un día el marido cogió el camino de en medio, y con una media en la cabeza y la chimbera de perdigones entró a un banco con ganas de jubilarse anticipadamente.
Sin avisar.

Pero Lute sólo hay uno, de manera que las cámaras de vídeo y un abogado de oficio recién licenciado hicieron el resto. Once años y un día a la sombra por robo con intimidación. Once años con sus once navidades y sus once veranos. Once años como la edad de Guille

Había preferido contarle la historia de La India a Guille para que no hiciese demasiadas preguntas. Cada día se juraba que al día siguiente le contaría la verdad, que su padre el único traje que llevaba era de rayas, pero cada día se derrumbaba al intentarlo.


III

La idea le venía rondando hace días por la cabeza. No tenía la más mínima idea de lo que costaba un viaje a Nueva Delhi, pero habiendo ido todo el año andando al bar había llenado el cerdo de monedas de euro. Seguro que con eso era más que suficiente.

Las últimas semanas se había fijado en los anuncios que ponen en los descansos del fútbol, así que no le resultó complicado reconocer la primera agencia por la calle.
Nervioso pero confiado, se dirigió al mostrador con decisión.

- “Un viaje a Nueva Delhi, por favor”

La risa que obtuvo por respuesta le descolocó, y la explicación que le siguió terminó por enfurecerle.
No era posible que se necesitasen al menos otros tres cerditos como ese. En las clases de Don Luis no se veía tan lejos la India.
Decepcionado, esa tarde regresó en autobús a casa.

No obstante, lejos de frenar su ímpetu, Guille siguió con el firme objetivo de volar a Nueva Delhi.
A partir de ahora estaría más atento a las propinas del bar, y se acercaría más a la tragaperras.
Había comprobado que la gente solía ser más desprendida cuando les tocaba algún premio.
Si a eso le añadimos la ayuda que le ofrecía a su madre para recoger la barra, tenemos los tres cerdos completos al cabo de año y medio.

IV

Le venía notando inquieto de días atrás. El bar tiraba para delante y ella podía respirar un poco más tranquila de un tiempo a esta parte.
Decidió que aquel viernes le contaría a Guille toda la verdad sobre su padre
Estaba serena.

Le extrañó verle levantarse tan pronto. Normalmente a Guille le gustaba desafiar a las leyes de la lógica reloj en mano.
Por costumbre ella abría el bar y el aún apuraba el último sueño, y sin embargo aquella mañana ni se oyó su despertador.

Madre se armó de valor y cogió el toro por los cuernos

“Te tengo que decir algo, Guille”

Pero el no cabía de nervios. Lo tenía todo preparado e iría a la agencia antes de clase.
Se quedarían todos con la boca abierta, incluso su madre.
Seguro que cualquiera que fuese lo que le tuviese que contar, podría esperar.

No le dio tiempo a terminar la frase cuando se oyó cerrar la puerta de casa.
Guille ya se había marchado.


Ansioso y jadeante llegó a la puerta de la agencia.
Con la lengua fuera, y el corazón casi.
Sin pronunciar palabra esparció todas las monedas sobre la mesa, confiado en que ésta vez sería él quien reiría.
La chica, mientras le entregaba el billete impreso, no tuvo más remedio que recordarle que sería imprescindible la autorización de un adulto para subir al avión.

Eso no sería problema, su madre estaría orgullosísima de hacerlo.

Tal era la emoción que le embargaba, tal su nerviosismo ante la proximidad de ver a su padre, que olvidó que los semáforos tienen los colores para algo.
Para cuando oyó el claxon ya tenía el coche encima.
Dicen los que lo vieron que el golpe de la cabeza contra el suelo fue brutal.

En ese preciso instante Madre lloraba pero de alegría al leer una carta remitida de prisiones:
Por buen comportamiento, su marido recibiría la condicional en quince días