"Que hablen de mí, aunque sea bien"

miércoles, 21 de julio de 2010

Cerdo agridulce


A duras penas aciertas a pulsar el botón de tu piso.
De hecho, pulsas dos o tres distintos para asegurar el tiro.
Por si acaso.
Durante el trayecto te miras en el espejo del ascensor y analizas mentalmente lo que ves.

Tus ojos tienen el color del infierno de Dante, y están tan enormes que parece que quieran salirse.
Pareces Espinete recién salido de una piscina de cloro.

“Vaya pedo llevas, Espinete” le dices al del espejo.

Te descojonas tú solo.
De repente recuerdas que llevas desde el último bar meándote como si no hubiera mañana.
Con una mano te apoyas sobre el espejo, con la otra desabrochas el pantalón..

Afortunadamente para la señora de la limpieza, el ascensor se para en tu piso y no te da tiempo a desenfundar.

Después de dudar un par de segundos entre derecha e izquierda te plantas frente a tu casa.
La cabeza apoyada hacia abajo sobre tu puerta evita que te ladees.
Con la mirada fija en el llavero haces inventario:

- La del buzón… la del portal…la de la moto…

Se te resbalan y caen al suelo. Comienzas de nuevo

- portal… buzón…moto…

Adios!! Otra vez al suelo.

A la tercera te das cuenta de que no tienes moto, y por descarte eliges la que es.

Treinta años viviendo en la misma casa, y nunca te habías fijado lo pequeña que era la cerradura. Entre resoplidos te preguntas cómo aciertas durante la semana a la primera.

Por fin metes la llave y giras.

Seis y veintinueve de la mañana.
No está nada mal si tenemos en cuenta que a tus padres al irte dijiste:

“Bajo a cenar al Buffet libre del chino con los colegas y subo”

Pi pi. Seis treinta.
Cinco treinta en Canarias.

Te descalzas a la entrada para no hacer ruido.
Tantas noches de pajareo han depurado tu técnica hasta elevarte a la categoría de Houdini en esto de disimular cebollazos de tamaño industrial.
Andas de puntillas con las zapatillas en la mano y el cinturón. Apenas si respiras
Serías capaz de recorrerte el piso a ciegas sin chocarte.
Bueno, ahora tal y como estás aunque abras los ojos tampoco verías mucho mejor.
Un par de pasos más y podrás dormir la mona tranquilo.
Echas la mano al picaporte y ...

..ZAS!!

La luz del pasillo te ciega.
Tu madre, con cara de arrepentirse de serlo, te fulmina con la mirada.
Y tú sigues de puntillas, semi desnudo con las zapatillas en la mano. Quieto ante la aparición mariana.

La estampa es cómica y tiras por el camino de en medio.

“Hasta mañana si Dios quiere, mamá. Buenas noches”
Educado que es uno.

Si señor. Dignidad.
Genio y solera hasta en la borrachera.
Te creces y la cagas.

“Por cierto, te queda muy bien ese camisón”

Tu intención era buena, pero lo dicho, la cagas.
Has olvidado que a tu madre los piropos a las seis y media no le sientan ni regular.

“Qué pasa? Que te has tomado a pecho lo del buffet libre?”

Le encanta el sarcasmo.

“Pues no te creas. El cerdo agridulce no estaba muy bueno”

Respondo lo primero que se me ocurre para salir del paso, e intento meterme en la habitación.

Pero ya se sabe que las madres no se rinden tan fácil..

“Vaya ojos llevas. No habrás bebido por casualidad??”

Toda una trayectoria te avala, una fama labrada en el barrio a base de botellones te reconoce como un engorilao de campeonato.
Todo Dios sabe que tragas más que el fregadero de Villarriba y sin embargo tu madre aún piensa que cenas con coca cola.

Les deben de quitar la objetividad en el paritorio.

“Sabes que no bebo, mamá. El problema es que había mucho humo en el restaurante y sabes que va fatal a mi conjuntivitis”

Que no pares de tambalearte contra la puerta resta cualquier credibilidad a tu argumento.

“Estás pálido. No habrás tomado de esas drogas que se fuman, no? Los porros esos?”

Tanta pregunta te está empezando a revolver el estómago. Evidentemente no cuela.
Estás más acorralado que los gérmenes con Pato WC.
No hay pasión de madre que no vea que vas como las grecas.
La única alternativa, la solución de emergencia es ser creativo, tirar de retórica.
Todo o nada.
Si no puedes con el enemigo, únete a él.

“Ahora que lo dices, ha habido un momento que he dejado la coca cola encima de la barra. Igual alguien me ha echado algo en ella”

Toma leyenda urbana.

No falla. Seguro que cuando empezabas a salir por ahí tu madre te acojonaba con historias como esa.
Te convencía de la existencia de criaturas malignas que se pasaban la noche buscando a algún descuidado para echarle droga en el vaso.
Te insistía en que te pidieras la Fanta en botellín, y si no podía ser, que el camarero lo sirviera delante de ti.

No sufras. A mí también.
Ya ves con quince años... Con el jerseycico de rombos al cuello, con la raya a un lado hecho un angelito de las hermanas clarisas
Con tus nauticos y tus calcetinicos blancos.
Goloso de cojones.
Con la consumición en la mano derecha, la izquierda quedaba libre para tapar el vaso.
Toda nuestra obsesión era evitar que nos aliñaran el kalimotxo.
Angelitos.

Lógico que no nos comiéramos un torrao teniendo las manos ocupadas.

Cómo cambia el cuento! Si por casualidad eso fuera cierto, si la gente tal y como dicen las madres fuera por ahí esparciendo estupefacientes por los recipientes, hasta los chupitos me los pediría en el cubo de fregar.
Para facilitar las cosas, claro.

El caso es que tu madre se ha tragado hasta los puntos suspensivos y ha atado cabos.
Antes de que te des cuenta está volando al teléfono.
Con los nervios no encuentra el número de Ambulancias.

Como poseída, comienza a decir palabras sueltas. Lavado de estómago, colonoscopia...
Parece la niña del exorcista hablando lenguas muertas.
Ante tales amenazas, te empeñas en convencerle de que no es necesario.

Cinco minutos necesitas para calmarla, para convencerla de que seguirás vivo mañana a pesar de lo que te han echado en la coca cola.
Finalmente, se planta de puntillas frente a ti, te da un beso en la frente y te insiste en que tengas mucho cuidado.

“Buenas noches, cariño”

No puedes creer tu fortuna. Sabías de tus grandes dotes de interpretación, pero estás convencido de que si te llega a ver hoy Amenábar te dan el Oscar.

En ese preciso instante, el estómago se te pone en huelga y las ganas de vomitar no te dan margen a llegar al lavabo.

Pena de parquet flotante, con lo que costó.

Sobresaltada, tu madre se gira y al ver la escena te aconseja.

“Ay pobre!! Ya te dije que la comida china no es de fiar!!”

Bendita inocencia. Y bendito cerdo agridulce.