"Que hablen de mí, aunque sea bien"

miércoles, 16 de febrero de 2011

La memoria en el espejo

                                          


                                                                     I


Casi instintivamente, al despertarse echa la mano al colchón.
¡!Mierda!! No puede ser posible.
Cuando llegue la enfermera le regañará por mojar la cama.

En realidad se la trae floja, para eso la pagan.
Se incorpora como puede y rebusca impaciente el mechero entre la ropa del día anterior.
Le vuelve loco el olor a “trujas”.


                                                                    II

 Ella no se cansa de repetirlo pero a él parece no importarle mucho.
El médico le tiene terminantemente prohibido tocar el tabaco y sin embargo, cada mañana mientras ella se afana en preparar el café, desde la cocina el insoportable olor a tabaco negro y el lamento de su tos y su fatiga le anuncian que se ha despertado.

Treinta y tres años de matrimonio después, aún hoy él se mete un Ducados entre pecho y espalda para desayunar.
A ella aún hoy se le eriza el pelo al recordar la verbena de San Juan en que lo conoció, y el rincón oscuro de la plaza en el que jugando a ser mayores se reconocieron.
Aún hoy le gusta llevarle el desayuno a la cama.

Zumo de manzana y café con leche.
Con tres de azúcar.

                                                                     III

Al ver entrar por la puerta a la enfermera apaga el cigarrillo. Amablemente le ayuda con la bandeja y le devuelve una sonrisa coqueta.
Siempre tuvo fama de galán.
El café en esta clínica está especialmente amargo. Afortunadamente, se han debido de equivocar y han traído tres de azúcar.

Mientras él apura el zumo de manzana, la enfermera recoge la ropa de ayer.
Entre los bolsillos del pantalón encuentra un papel arrugado.
Lo abre y sonríe melancólica; parece que se le caiga alguna lágrima.

Él no entiende nada y busca otro cigarrillo.
Una carta del novio, quizás.
No ríe. No llora.
Sin embargo esa sonrisa triste le enternece.
Aún huele a Ducados en la habitación.

                                                                     IV

El día de la verbena ella fue la que se fijó en él. Bailaron; se evitaron; bailaron.
Se tocaron con los ojos y sin rozarse se besaron. Debía de estar a punto de terminar cuando tocaron una de Victor Manuel, y fue entonces cuando él le susurró al oído lo mucho que le gustaba su sonrisa melancólica.

“…Juntos de la mano, se les ve por el jardín
No puede haber nadie en este mundo tan feliz. Sólo pienso en tí…”

                                                                     V

Desde que hace siete meses le detectaran la enfermedad el médico le recomienda que sea receptiva.
Que no pierda la paciencia y que para ayudarle a ganar en seguridad y ejercitar la memoria recurra a hábitos del pasado.

Es por eso que cada tarde, desde hace siete meses lo acompaña a unos talleres de baile para mayores.
De paso conocen gente de su edad.
Para terminar siempre le pide al profesor una lenta

“Sólo pienso en ti”, de Victor Manuel

Le agarra con fuerza de la cintura y cierra los ojos.
A él se le atraganta la respiración y, sin saber muy bien por qué, aprieta con fuerza su mano contra el pecho.

                                                                      VI

La enfermera que le cuida hoy le resulta especialmente guapa.
No sólo su sonrisa triste, sino esa manera de bailar las lentas.
Si no fuera tan tímido, le diría algo al oído. Por ahora se conforma con apretarle fuerte la mano contra el pecho.
Las palabras para otro día.
Tal vez, si le vuelve a tocar la misma enfermera.
Tal vez.

                                                                   VII

Aún se le antoja extraño no dormir con él, con la persona por la que siente devoción, pero el médico le aconsejó por precaución separarse de habitación.
Le da un beso casto y le desea buenas noches.
Al salir cierra la puerta de golpe. No quisiera que él la escuchara llorar.

                                                                  VIII

Se siente un cobarde. Lo ha tenido tan cerca y no se ha atrevido.
Tiene la sensación de que a ella también le gusta.
Siempre fue un galán.

La próxima vez que le atienda esa enfermera le confesará lo guapa que es.
Con el eco de su beso en la mejilla, antes de acostarse se entretiene dibujando en un papel.
Con el trazo tan poco firme como su enfermedad y su pulso le permiten.
Antes de acostarse se lo guarda en un bolsillo con la esperanza de volver a encontrarse con la enfermera de la sonrisa triste

                                                                     IX

Como de costumbre él aún duerme y ella aguarda impaciente a que amanezca.
Para calmar los nervios se entretiene preparando el café.
En cuanto el olor a Ducados invade la cocina, ella repasa mentalmente la bandeja.
Café con leche.Tres de azúcar.
Zumo de manzana.

Presa de inquietud deposita el desayuno en la mesilla.
Recoge el pantalón de ayer y revuelve en sus bolsillos.
Un papel arrugado, como cada mañana de los últimos siete meses, con un dibujo de trazo tembloroso.

Algo parecido a un corazón

Sonríe melancólica.Parece que le resbale alguna lágrima.

Él se enciende un cigarrillo.
Una carta del novio.
Quizás.