"Que hablen de mí, aunque sea bien"

martes, 24 de noviembre de 2009

Mi primera vez



Hay números que a lo largo de mi vida han ido quedando marcados a fuego en mi retina.
Datos de importancia capital que se han convertido en imborrables por su trascendencia:
El piso de la repetidora de sexto, su talla de sujetador o el total de partidos internacionales de Casillas son cifras inolvidables que forman parte de mi memoria vital.
De mi materia gris.

Pero por encima de todas ellas, por encima de la matrícula de coche de mi jefe o de la cantidad de tías con las que se ha acostado Julio Iglesias se encuentra un dígito mucho más importante en mi vida.

El día D. Mi particular desembarco de Normandía. El final de mis ansiedades pero el comienzo de mis desdichas:
Mi primer beso.

A pesar de que hace ya muchos años de aquello, recuerdo con nitidez diáfana la fecha e incluso la hora de la tragedia:

9 de Febrero de 1994. 15:15

Para explicarlo, para poner en antecedentes a quien desconozca el tema, hemos de partir de una premisa esencial:
Soy un pringao.

Conocí a mi víctima al cambiarme de colegio. Coincidíamos en gimnasia y literatura, y ella me ayudaba con los deberes de Física.
A la hora del recreo, en lugar de jugar al fútbol como el resto, solía compartir con ella bocadillos y confesiones.

Ya avisé: un auténtico pringao.

Pues bien, entre tanta clase de gimnasia y tanto bocata, una tarde de invierno me confesó sus inquietudes:
Quería ser mi novia.
Hoy en día el orden es inverso: Primero se cata el producto unas cuantas veces, y si vemos que la otra persona tiene tierras, entonces y sólo entonces consolidamos el noviazgo.
En aquella época no.
En aquella época no teníamos un puto duro pero primero pasabas a ser novio; y de catar el producto… eso ya se vería.

De manera que ya tenía novia. Hacíamos lo mismo de siempre, o sea nada. Sólo que cogidos de la mano.
En gimnasia de la mano, al recreo de la mano…lo que son unos novios como Dios manda, vaya.

A mi todo aquello me parecía muy bonito. Tenía mi notita de amor cada mañana en el pupitre, y en gimnasia mi pareja para todo era siempre la misma.
Las ventajas de tener novia eran infinitas, te pateabas la ciudad para acompañarla a casa, te quedabas sin jugar a fútbol por estar con ella…
Así que yo estaba ansioso por probar qué era aquello de meter filete y se lo hice saber.

-“No me jodas!!!!”

Primera noticia que tenía de que se necesitaba estar preparado para comerse el boquino.
Además, yo lo estaba más que de sobra.
No me perdía un capítulo de Sensación de Vivir y cuando llegaba a casa, en el espejo del ascensor, desde que éramos novios practicaba besos con el dorso de mi mano.
Sí nena, aquello era estar preparado.

Siempre me quedaba la duda de qué coño se hacía con la lengua. Eso en la serie de Beverly Hills no se apreciaba con nitidez.
A veces ensayaba moviéndola en círculos, a veces de arriba a abajo.
Habría que meterla hasta el fondo o sólo un poquitín?
Debería fijarme más en Brandon.


Se ve que ella no veía Sensación de Vivir, porque aún no estaba preparada.
Así que tocaba esperar.
Los días pasaron y continuábamos besándonos en la mejilla, haciéndonos muecas,“divirtiéndonos” en el recreo compartiendo gominolas.
En definitiva, y como suelen decir que los primeros meses son los mejores, disfrutando a tope de nuestra relación.
Eso sí, agarraditos de la mano siempre.
Lo dicho: Un pringao de cojones.

De pronto, una anodina mañana, la típica nota en el pupitre a la que me tenía acostumbrado del estilo “Te quiero cuqui” fue sustituida por “Estoy preparada”.
Clarines y timbales, la fortuna se ha puesto de mi lado. Hoy mojo!

Ese día no había gimnasia ni literatura, así que esperé ansioso el recreo para recoger mi merecida recompensa. Se me antojaba escaso el cuarto de hora de descanso, porque pensaba poner en práctica todas las modalidades de morreo que había ensayado frente al espejo con la palma de mi mano.
Brandon y Dylan se iban a quedar a la altura del betún.

Pero nada oye. En cuanto sonó el timbre llegué hasta donde ella ya casi con la pose, los ojos cerrados y el morro fuera, pero ella me dijo que el lugar de nuestro primer beso debía ser especial.

Me temí lo peor.
En lo alto de la montaña?
En globo quizás?
En Las Vegas?
En Beverly Hills 90210?

Pero no era para tanto. El Meridiano cero pasa por mi ciudad y así lo planeamos.
Domingo 9 de Febrero iríamos allí. Frente a frente nos apretaríamos las manos, cerraríamos los ojos y sellaríamos nuestros labios un par de segundos. Después nos abrazaríamos un buen rato. Eso sí, cogidos siempre de la mano.
Había dicho ya lo de pringao, verdad?

Recuerdo que esa mañana me puse gallumbos nuevos. Optimista que es uno.
Todo iba según lo planeado. Meridiano cero, su mirada en la mía.
Nos apretamos las manos y nos dejamos llevar por el “desenfreno”.
Pero ella en lugar de Sensación de Vivir ella debió de ver Sister Act, porque cerró los ojos bien fuerte, pero la boca más. Un piquito tierno y virginal.

Yo también cerré los ojos, pero los maestros Dylan y Brandon al meter hocico lo hacen con la boca abierta tal y como había ensayado yo en el espejo. Y así me lancé yo.
A tumba abierta. Con la lengua hasta el garganchón.

La estampa era dantesca. Su boquita bien cerrada se encontró con la mía, de par en par.
Con los nervios, mi lengua pareció adquirir vida propia, y sólo encontraba nariz allá donde se moviera.
En círculos, de arriba abajo o quieta. Parecía un San bernardo.
En resumen, le puse la cara como un cromo de saliva.

A día de hoy estos desajustes se corrigen al instante, pero cuando se trata de tu primera vez cualquier movimiento en falso puede ser fatal.

Cinco violentos segundos después nos separamos y, eso sí, nos abrazamos un buen rato de acuerdo al plan establecido.
Cada cabeza apoyada en el hombro del otro, la vergüenza hizo que el abrazo durase una eternidad.

Yo estaba desolado, aquello no le pasaba a Brandon.
Ella debía tener su nariz totalmente empapada con mis babas, pero aún así rompió el hielo a mi oido:
-“Me ha encantado”- mintió

Yo, que siempre he sido pringao pero sincero, preferí callar.

Dieciséis años después ella ha logrado rehacer su vida. Lo último que me contaron fue que se había casado con un compañero de clase.
Seguro que en la medida de lo posible es feliz.

Yo sin embargo, aún repaso los vídeos de Sensación de Vivir intentando descubrir en qué fallé.

Por descontado, sigo virgen.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Lucía


Hoy te pido permiso para coserte a mí; para hilvanar tus ganas de mí a mis ganas ti, para hacer un pespunte de tus imitaciones con mis chirigotas, algún remendado entre mi secreto de carne manteca y tus prometidos pimientos del piquillo.


Deja que mi bitácora hable de fruncir al Arrebato y a Kutxi en un mismo ipod, de jugarnos a “sanás parés” si es mejor mi zig zag zug o tu piedra papel fullero.
Que hable de que yo bordo los huevos y tú los sofritos,de zurcir tus tierras y mis licencias, Splitter con Ndong y ganchillearnos a besos en todos los bares sin sofás blancos, pero con almejas con picada. Deshilachar pipas, jamón y calabacín en una misma cena y nipiar tus “barrillos” adolescentes a mi flequillo de comunión.


Coser los retales de las noches de jarana con las de sinceridad, e hilar tu habilidad de escucha con mi promesa de hablarte de todo y de nada.
Y ahora doble pasada y nudo.
Anudado a mi vida.
Para siempre.

martes, 17 de noviembre de 2009

Gripe del sábado noche


Tras muchos años deslumbrado por las luces metálicas, harto de probar cubatas de garrafón me siento con la experiencia suficiente para abordar un tema tabú considerado por todos epicentro de debate:
La noche.
La dama de las bajas pasiones, el espejo donde proyectamos nuestras represiones, nuestros vicios más ocultos.

La noche alberga bajo su manto de estrellas fauna de lo más variopinta, pero desde mi punto de vista esta amalgama de caracteres se puede agrupar en dos:

1-Los que reconocen que salen de marcha para hincar el cuerno
2- Los que mienten.

Los argumentos del segundo grupo pueden ser tan ridículos como falsos:

- Salgo para pasármelo bien con mis amigos
- Salgo para tomar una copa acompañado
- Salgo para hablar y conocer gente nueva
- …

Chorradas. Para eso están los campings, chaval.

Hoy nos ceñiremos al grupo de los valientes, de los que asumen el riesgo de su empresa, de los que reconocen su voluntad abiertamente.
De los que salen para mojar, vaya.

Siempre nos han inculcado la idea de que siendo simpático ligas mucho más. Que con una sonrisa llegas más lejos, que las tías no se fijan en el físico, que valoran el interior, que les hagan reír…
Y un huevo!!

Al final los que se hacen polvo, los que no tienen hueco para más muescas en su culata son los guaperas, los cachitas, los que tienen un cochazo aparcado a la puerta…y normalmente no son miembros del Club de la Comedia que digamos.
Así que una vez la cruda realidad nos abre los ojos al resto, la única salida que nos queda es desplegar nuestras armas de seducción sobre uno de los ritos de cortejo más primarios que conoce el ser humano:
El baile.

Con tal de no tener la necesidad de mentir cuando te pregunten, en definitiva, con tal de cubrir a una hembra el hombre es capaz de rebozarse en el lodo de la manera más infame.
Y si hay que bailar, pues se baila.

Existen diferentes tipos de estrategia para que nuestras caderas logren engañar a la hembra y así desayune con nosotros al día siguiente. Una por cada uno de los siguientes personajes:


- En primer lugar tenemos a”El engorilao”: Se siente dueño y señor y lo demuestra. Los movimientos epilépticos son su seña de identidad y puede recorrerse los cien metros cuadrados de pista en una sóla estrofa. Lo mismo le da Clavelitos que Beyoncé. Lo baila todo, y todo igual. Suda como un cochino, pero la botellita de agua que le acompaña no es sólo por eso. No es aconsejable para la salud entorpecer su coreografía.
Reflexión: Si te dirige la palabra tendrás la sensación de que está hablando con alguien justo detrás de ti. Tranquila, con seguirle el rollo basta para que te deje en paz.


- Otro representante de los saraos es “El afirmativo”: Para él todas las canciones son la misma. Al igual que el engorilao, le da igual “Rata Muerta” de Isi Disi que una sonata de Wagner. Él siempre repetirá el mismo gesto con la cabeza, de arriba abajo. El rostro serio mordiendo carrillo por dentro, y la mirada interesante por lo que pueda ser. El cuerpo rígido, y sólo en un momento de clímax podrá acompañar el meneo de cabeza con un imperceptible repiqueteo de puntera.
Reflexión: Cree que su caída de ojos es irresistible. No moja nunca, pero mantiene intacta la esperanza

- Para mí uno de los más ridículos es “El guitarrista”: Éste especimen se mueve generalmente en grupo, y su coreografía es muy simple. A la que escucha que el ritmo se acelera un poco, coge la guitarra de aire y siente estar poseído por el espíritu de Santana y Luís Aguilé. Sacude espasmódicamente la cabeza mientras simula un punteo al más puro estilo Keith Richards.
Reflexión: Si quieres follar cada día con AC-DC de fondo, tú misma.


- Luego tenemos al artista frustrado, “El Leroy”: Hereda su nombre del morenito que se hizo famoso en la serie americana de Fama. Se graba cada tarde la versión española y tras practicar ante el espejo de casa, intenta plasmar sobre la pista los ochos que Rafa Méndez y Marvelis enseñan en funky y techno-jazz fusión.
Reflexión: Suele decir que su estilo es más “street dance” o “lírico”

- Uno que me da lástima es “El digno”: Evita bailar por todos los medios. Se puede pasar la noche pidiendo en la barra, haciendo cola en el lavabo o rascándose la pierna. Todo por no sentirse ridículo. Sólo cuando no tiene más remedio pone cara de “yo pasaba por aquí” y se lanza con pasos clásicos, propios de un guateque ochentero o travoltista según le dé.
Reflexión: No te ensañes con él, mujer. Bastante mal lo pasa ya bailando

- Con la irrupción de los reality shows, se ha multiplicado “El triunfito”: Una variedad del digno que tampoco se mueve, con la salvedad de que se deja la garganta con todas las canciones. Da igual que no se sepa la letra. El tío cierra los ojos, pone cara de estreñido y se acerca el puño a la boca simulando un micrófono.
Reflexión: Que puedes esperar de un tío que te canta que ” su corazón está colgando en tus manos”!!

- “El gogó” : Una variedad del engorilao, pero en un metro cuadrado. Para él cualquier escalón es un podium, cualquier farola una barra de baile. De manera que aprovecha la mínima excusa para elevar su cabeza del resto y hacer pública su catársis.
Reflexión: Un tío que se amorra a una barra de baile es gay.

- Un engendro repugnante es “El cebolletas”. Gusta de bailar arrimado a su pareja, minimizando el aire que corre entre ambos. Su agilidad para meter la rodilla entre las piernas es admirable. En cuanto ve ocasión agarra a su víctima y le hace la llave maestra. Es muy probable que a la vez también te toque el culo de mientras. Todo un artista.
Reflexión: Se conocen rara avis de esta especie con hasta ocho y nueve manos.

- Por último, mi favorito;”El malabarista”. Conocedor de sus limitaciones, hace de su capa un sayo y le echa jeta al asunto. Se coloca el cubata entre el hombro y la oreja, y con ambas manos levantadas empieza a jalearse a si mismo. A pesar de lo poco ortodoxo que resulta, suele atraer miradas tanto de ellos como de ellas.
Reflexión: Por favor, no intenten esto en su casa.

Aún así, a pesar de todas las variedades que hemos detallado, y dado que el cancionero castizo es sabio, se han creado dos clásicos de la música, piezas maestras de ayer, hoy y siempre, para que hasta los más inútiles en esto del baile podamos tocar pelo:
Paquito el Chocolatero y La Conga.

Al igual que no se concibe una boda sin el Ave María o la salve rociera, no hay verbena o festejo popular sobre el terruño patrio en que éstos dos no se bailen. Y por mucho que se trate de un baile “hot” no hace falta que Rafa Méndez te lo enseñe.
Va con el gen ibérico. Es innato.

Pero bueno, en definitiva yo esto lo explico para esas jóvenes incautas que se puedan topar con alguno de ellos por el camino. A mi todo esto me da igual, porque yo salgo para pasármelo bien con mis amigos.
Para reírme y eso…

¿Y tú?

martes, 10 de noviembre de 2009

Cuestión de amor propio




Apenas llevaría el DVD tres minutos encendido cuando la enfermera, ceñidísima ella, se amorraba al mango del paciente sin titubeo alguno.
Cada día tienen menos argumento las pelis porno.

A la vez que me bajaba los pantalones del pijama le subía el volumen a la tele. Siempre he sido un tío entregado para esto del sexo propio.

Con la mano derecha ocupada en tareas obvias, la izquierda se apremiaba impaciente a rebobinar en busca de la escena ideal para mi pequeño “homenaje”.
No sólo entregado, también soy un tío indeciso.

Ya tenía ganadora: la escena de la alumna de coletas con la ropa de su hermana pequeña.
La pobre había sido muy traviesa según el profesor.

Un duro correctivo estaba recibiendo la joven cuando de repente sonó mi móvil. No habría cogido de no ser porque se trataba de una consultora de recursos humanos.
Una voz angelical me preguntó si me pillaba en buen momento. Siempre tan educadas las secretarias.

- “En buenísimo, no te jode. Concretamente en el mejor”- pensé

Respondí algo avergonzado y me subí los pantalones, como si al otro lado la chica pudiese ver en qué menesteres me encontraba. Me comentó que querían hacerme una entrevista de trabajo y concretamos una cita la tarde del día siguiente.
Cuando colgué, la colegiala traviesa del DVD tenía ya la boca llena.

Esa noche vino mi novia a cenar y se quedó a dormir. Con la cuenta de la tarde aún pendiente, con mis manos en su blusa le empecé a explicar la fábula de la abejita y la flor. Pero era uno de esos días en los que le encanta ser mujer y saca olor hasta a las nubes, así que el abejorro se durmió sin fábula y sin flor, mientras maldecía todos los anuncios de compresas.

Al día siguiente me levanté flamenco. Morning glory lo llaman los ingleses, y por algo será.
Pero yo no soy de hacer esfuerzos desde primera hora, así que me quedé en la ducha hasta que se me pasase la hinchazón.
Me afeité y desayuné ligero mientras me preparaba un par de temas para la entrevista.
Hoy me contrataban fijo.

A la hora indicada, con la lección bien aprendida y la autoestima por las nubes me presenté en el despacho. He de confesar que antes de llegar paré en el bar más cercano para tomarme una caña. La creatividad nunca estaría de más en la entrevista.

Con voz decidida me presenté y la secretaria me pidió que esperase. ¿Nunca habéis escuchado una voz bonita y la habéis asociado a un cuerpazo? A menudo la decepción cuando le ponemos cara a la voz es enorme. Pues no se si por el efecto de la colegiala, con ésta secretaria me paso exactamente lo mismo. Una soberana decepción.

Cinco minutos estuve repasando mentalmente mis puntos fuertes, cuando se abrió la puerta.

Joder. Joder. Joder.

Ciento ochenta centímetros de vicio y pecado me tendieron la mano profesionalmente.
Traje chaqueta gris marengo. Palabra de honor camuflado con un fular llamativo. El cinturón ancho para remarcar las caderas. Eso sí, sonrisas ni una.

-“ Señor Lucas, verdad?”

No iba de colegiala, ni vestía ropa ceñida. Ni siquiera llevaba coletas.
Pero había conseguido en mí el mismo efecto que la chica del DVD.
Y sin necesidad de tocarme.

Allí seguía la muchacha con la mano tendida cuando me incorporé instintivamente para darle dos besos. Al darme cuenta de mi error traté de recular pero ya era tarde, y desembocamos en una situación de esas embarazosas en las que ni besas ni sabes dónde guardar la mano.

- “Los de mi pueblo enseguida nos encariñamos con la gente”

Tratando de salir del atolladero solté el chiste fácil en busca de su risa cómplice.
Ella ni se inmutó

Superado el trago como pude, entramos en su despacho. No me había dado tiempo a sentarme cuando ya me dejó sobre la mesa una tarjeta con su dirección y su teléfono.

“Nunca lo había conseguido tan rápido. Y sin pedirlo!!”

La entrevista discurría por los cauces normales, con la salvedad de que me costaba horrores no mirarle al escote. A fin de ganarme su confianza trataba de aportar algún comentario irónico, de esos graciosos que rompen el hielo. Pero Miss Playboy Enero Rotenmayer no estaba por la labor.

Empezó a comentarme que la empresa en cuestión facturaba chipicientos millones de euros, un trece por ciento más que el año pasado. Su facturación había superado en tres puntos porcentuales a la competencia, y su resultado suponía el siete por ciento del mercado.

Abrumado por las cifras,en ese momento dejé de prestar atención y me la imaginé con su pareja.
Toda de cuero y con un látigo.

- “Hoy tengo un catorce por ciento más de ganas de que me hagas tuya. Méteme dos puntos porcentuales para que la cópula sea un nueve por ciento más satisfactoria”

Me resultó imposible reprimir una sonrisa.

Despropósito tras despropósito, llegamos a la pregunta de los puntos fuertes; pero yo ya estaba totalmente hundido en la miseria. Para ese momento, entre las coletas, el escote y el cuero había olvidado todo lo que me había preparado. Y el único punto “fuerte” que me quedaba no era para presumir precisamente.

Respondí cualquier chorrada con el ánimo de quien se sabe vencido.

Poco más duró la entrevista. Me comentó que en principio no me llamarían porque no encajaba en el perfil de la empresa.
Lo entendí, a no ser que la empresa fuese una productora de cine X, con mi comportamiento aquella tarde no encajaba para ningún otro perfil.
Escarmentada, ésta vez ni me tendió la mano. Yo se la ofrecí en señal de derrota pero ella se limitó a abrirme la puerta. De sonrisas ni hablamos.

Al salir de la oficina, la decepción con la voz bonita llamaba a otro candidato. Me imaginé a otro pringao como yo en ese momento subiéndose los pantalones mientras contestaba.

Al pisar de nuevo la calle decidí qué haría.Lo tenía claro.
Subiría a casa y retomaría la escena de la colegiala.
Pero ésta vez apagaría el móvil







martes, 3 de noviembre de 2009

La misericordia del elefante azul






Por más que nos vendan la igualdad entre sexos, por más que Telecinco le dedique un mes dentro de sus doce causas, a mi no me la pegan:
Hombres y mujeres no somos iguales.
Me resulta indiferente que hayan creado un ministerio de igualdad y me importa un pepino que las feministas quemen sujetadores en la plaza mayor reivindicando sus derechos.
Somos diferentes.

Ni mejor, ni peor. Diferentes y punto. Los hombres gozamos de unas capacidades que ellas no tienen y viceversa. La única salvedad es que nosotros aceptamos nuestra esencia mientras que ellas se empeñan en negar la realidad.

Para poneros un ejemplo, yo sólo concibo dos estados cuando me compro ropa:
a) Me queda bien
b) No me queda bien

En ambos casos, me lo llevo.

Sin embargo una mujer acoge una horquilla infinita de variedades combinando frases como

a) Me aprieta de cadera y el tiro me hace culo
b) Me queda bien de culo pero me hace cadera
c) Me va grande de cadera pero me hace culo

Y así podríamos mantener las estructuras sustituyendo culo y cadera por otras partes del cuerpo similares.
Al final no compran nada.

Pero el ejemplo más representativo es el del automóvil. El símbolo masculino por antonomasia, la representación no fálica del hombre que ellas se empeñan en compartir.

Acaso nosotros nos peleamos por la ropa?
Pues esto debería ser igual.

Para ponerme en situación:

Me gusta mi coche. No soy de los que lo guarda en mantequilla, pero me gusta lucirlo y que esté limpio.
La primera vez que me lo rayaron recorrí cuatro manzanas intentando encontrar alguna pista del culpable. Es cómplice mudo de muchos recuerdos que forman parte de mi vida, y no sólo del asiento de atrás.
Me encanta el sonido que hace al arrancar y los domingos suelo echarle un par de euros de jabón a presión en el elefante azúl.
Las llantas son cromadas y los asientos de cuero. Hace apenas dos meses le puse faldones.

Pues bien, mi novia incomprensiblemente acaba de aprobar el examen de conducir.
Debe de ser que el Plan Bolonia ha llegado también a las autoescuelas, y que con aquello de la evaluación continua sólo con ir a clase apruebas. Porque otra cosa no se explica.
Alguien que piensa que Antonio Lobato es el hombre del tiempo en La Sexta debería tener la conducción terminantemente prohibida por prescripción médica.

Pero el caso es que se lo ha sacado y claro, quiere practicar. Su padre es camionero y ella por más veces que mire por los espejos, el estacionamiento con remolque articulado no lo lleva bien, así que me toca a mí dejarle mi coche como banco de pruebas.
Si, señores, el mío. El de las llantas cromadas y los faldones.

Como aquellas primeras noches juntos me la llevo en coche al polígono más alejado.
Donde no haya nadie.
Me conozco el camino de memoria, podría recorrerlo a ciegas. Con la única salvedad que ésta vez quien se frota las manos de impaciencia por llegar es ella.

Antes de parar el motor ya la tengo fuera pegando golpes en la ventanilla, esperando ansiosa a que me baje.
Quito la llave pero no se la doy hasta que no le he repetido unas cien veces la regla básica:
“Si te digo que no sigas, no sigas”
A priori parece una regla sencilla de entender y obedecer, pero también lo parecía la primera vez que vino a comer a casa con mis padres, y terminó por tomarse el café sola en el bar de abajo.

Segura de sus capacidades asiente con cierta condescendencia:
-“Qué sí, que sí…, pero si hasta sé aparcar en rampa!!Y marcha atrás!!”

Pues en rampa sabrá aparcar, pero arrancar en llano parece que no es lo suyo. Después de siete u ocho hostias con mis rodillas en el salpicadero el coche por fin comienza a moverse sin saltitos.
Me entran ganas de forrar con porespan todas las naves del polígono, todos los camiones aparcados. O peor incluso, rebozar el mío en ese plástico de burbujas que viene de embalaje con las vajillas. Evoco mi infancia en colegio de monjas intentando recordar todas las oraciones que me enseñaron. Esto va a ser largo…

Sin embargo, en un gesto de amor sin parangón me armo de paciencia y con la sonrisa más forzada que mi pánico me permite le recalco lo bien que lo está haciendo.
Ella protesta porque mi coche no es diesel, como el de la “autoescuela”

Apenas treinta segundos más tarde, cuando parece que mi corazón recupera las cien pulsaciones y mi cara va cogiendo color, escucho las palabras mágicas:

“Meto tercera?”

Lo sabía. Sabía que llegaría. Llamen a la DGT, a los helicópteros y al escuadrón que saca el Ejército el día del Pilar. Esto puede convertirse en tragedia.
Me dan ganas de impedírselo pero no me puedo negar. Le intento convencer de las ventajas de conducir a velocidad reducida, le suelto el rollo de la contaminación y el consumo responsable.
Pero ahora mismo ni todo Greenpeace en pleno ni el mismísimo protocolo de Kyoto le frenan ya.
Escucho gemir la palanca de cambios tres o cuatro veces cuando ella por error intenta meter quinta sin saberlo.
Cada chasquido desgarra algo en mi interior, pero ella erre que erre, impasible al gruñido sigue intentándolo cada vez más fuerte.
En una de esas le escucho entre dientes quejarse de que en la autoescuela las marchas no están tan duras. Por fin, y aún en segunda, alcanzamos la rotonda.


- “Ahora tira a la izquierda”
- “Pero a la izquierda donde?”

A pesar de lo que nos intenten vender en política los chorizos de hoy, todos sabemos que sólo hay una izquierda y una derecha. Pues nada, ella dudando.

- “ Que dónde??”

Joder, tan complicado no puede ser. Le indico con la mano y aún así me vuelve a pedir confirmación

- “Por aquí?”

Con tanta duda no he visto que nos adelantaban y el volantazo me ha pillado de improviso.
Tiro de freno de mano con todas mis fuerzas y en un segundo me acuerdo de mi mecánico, el de los faldones. Del examinador de mi novia y de su santa madre. Me encomiendo a Lobato y Fernando Alonso juntos, al elefante azul y a su eterna misericordia.
Creo recordar que vi un túnel, y al final una luz.

El coche se queda cruzado en medio de la calle. La serenata de claxons es de las que se consideran contaminación acústica, pero ella se preocupa de retocarse bien el pelo antes de salir a comprobar los daños. Creo que era la primera vez que miraba el espejo.

El elefante azul ha debido de obrar el milagro porque el coche no tiene un rasguño. En cuanto recobro la respiración oigo a mi novia quejarse amargamente. Según ella, el profesor de autoescuela no le daba órdenes tan confusas como las mías.

Hoy me ha preguntado si se lo dejaré coger de nuevo.

“No te quepa duda. Cuando haya que ir marcha atrás, y en rampa”