"Que hablen de mí, aunque sea bien"

martes, 16 de marzo de 2010

Habitación 341


Tuve que marcharme para conocerme.
Arrugar mis recuerdos en el equipaje de mano.
Facturar mi memoria en clase turista.
Dejar mi sombra atrás.

En mi maleta sólo lo imprescindible:
Un pasaporte a mi vida, un pequeño puñado de grandes sueños.
Mucha ilusión y muchos nervios.
Tres cartones de tabaco.
Y miedo, mucho miedo.
Miedo irracional, pánico de funambulista.

Tuve que marcharme para inventarme.
Para poder mirarme a los ojos en el espejo. Para alcanzar a verme reflejado en él.
Para garabatear mi historia, para refugiar entre algodones mi pasado y zurcir los acordes de mi futuro.
Para bordarlos.
Para bautizar sin agua cada uno de mis días.
Con mi nombre y sus apellidos.

Tuve que marcharme para aprender a llorar.
En silencio y a escondidas. Con más ganas, pero con menos lágrimas.
Y desde entonces no hay día que no lo haga.

Elegí marcharme.
Tres meses de tregua en mi vida.
Y en la puerta de embarque desvié la vista atrás.
Estaba seguro de que volvería un día.
Lo que nunca imaginé es que sólo lo haría de visita.
De cuando en vez.
Ella debía suponerlo porque me rodeó fuerte con sus brazos, como queriendo tatuarse en su piel mi recuerdo.

Trató de prolongarlo, de hacerlo infinito.
Trató de resumir todo lo que me quería en un abrazo de los que detienen el tiempo pero se le empañó la voz.
De repente me soltó y se giró de manera brusca.
Seguramente su orgullo no consentía que su hijo la viera llorar.
Demasiado tarde; sobre mi nuca se deslizaban sus primeras lágrimas.
Aún me costaba respirar cuando subí a bordo.
Con los ojos encharcados no acerté a abrocharme el cinturón.


Tuve que marcharme para aprender a echar de menos.
Y una vez lejos, cada noche empapaba con metáforas las cartas que nunca enviaba.
Y susurraba mis penas a la guitarra y a la soledad.
Y la cerveza disfrazaba de alegría mis canciones.
Y el tabaco en la ventana me devolvía mi propio eco.

Los tres meses se convirtieron en dos años.
Posiblemente los dos años más felices de mi vida. A ratos los más tristes.
Probablemente el tiempo en que más veces tropecé. Sin duda la época en que más veces me levanté.

De aquellos dos años sólo quedan un par de grandes amigos, alguna que otra foto desencuadrada y esta irrefrenable pasión por la cerveza inglesa.
Y una guitarra que apenas recuerdo cómo suena.

Y mi nuca humedecida por sus lágrimas.

Seis años después del abrazo en la puerta de embarque, he regresado una vez más con mi familia.
De visita, como siempre.
Estaciones, maletas, despedidas en el andén.
Sólo que ésta vez es especial.


Esta vez, allá por donde mire se respira inquietud y paracetamol.
Agonía y suero.
Los enfermos interpretan una especie de baile sin compás al son de muletas y goteros.
Los sanos se fuman la impaciencia, miran al suelo en silencio.
Cada vez es más difícil distinguir unos de otros.
La luz emite un zumbido sordo y tintinea, parece que quiera apagarse.
En algunas camillas la vida también tintinea.

Habitación 341
Tercera planta

Cuarenta años sacando lustre al suelo, cuarenta años de paño y escobón cercenan su engranaje.
Cada paso adelante es un paso atrás para ella.
Su rodilla pide clemencia. Más bien rendición.

Tuve que regresar para aprender a sufrir.
Sin mucho éxito.

Nada grave, pero es duro ver padecer a los que quieres.
Ser impotente testigo de la decadencia de los tuyos. Recurrir al silencio cuando las palabras están de más.

Le digo que sea fuerte, que se pondrá bien.
Que volverá a andar como antes lo hacía.
No contesta. Agarra mi mano y la aprieta con vehemencia.
Emocionada

Ahora soy yo el que la abrazo fuerte intentando detener el tiempo. Intentando animarle hasta donde mis palabras no saben.
Intentando disimular que no puedo seguir hablando. Que el estómago en la garganta me ha empañado la mirada. Que seis años más tarde, su hijo sigue sin saber verla sufrir.
Que hoy soy yo el que humedece su nuca.

Quise quedarme allí, cicatrizar las heridas del alma.
Recuperar todos los sentimientos de este tiempo, todos los abrazos con seis años de retraso.
Quise quedarme y llorar.
Pero tuve que marcharme.